Volvemos a compartir, por su actualidad, el artículo: La Ecología, una Cultura de la Relación. Elena Lasida Revue d’étique et de théologie morale 2018

Revue d’étique et de théologie morale 2018/HS (nº Hors série) p. 85-101
DOI 10.3917/retm.299.0085
La encíclica Laudato si’ propone, a través la ecología integral, la creación de una nueva cultura. No se trata solamente de respetar mejor la naturaleza, se trata de emprender una «revolución cultural» (LS 114), de «cambiar de paradigma» (LS 108), y de «redefinir el progreso» (LS 194).
La piedra angular de esta nueva cultura a construir radica en la relación, concebida como valor central de la existencia. La relación no aparece como un medio, sino como una finalidad. No es tampoco ni una consecuencia ni una externalidad positiva, sino el primer objetivo a procurar. Pero, en tanto que objetivo, la relación no es una virtud preconcebida, sino un surgimiento. Es el proceso, mas que el resultado a lograr. La nueva cultura ecológica de esta manera está caracterizada sobretodo por su «antropología relacional[1]».
Presentaremos esta nueva cultura a través de tres aproximaciones diferentes y complementarias. Comenzaremos por lo que consideramos que sean los tres principios que estructuran la encíclica Laudato si’, puestos en resonancia con las cuatro reglas presentadas en la exhortación Evangelii Gaudium. A continuación veremos como esos principios desplazan el imaginario dominante sobre el buen vivir. Finalmente, pondremos en resonancia este nuevo imaginario asociado a la cultura ecológica con las prácticas concretas que dan una realidad histórica a este nuevo horizonte de vida.
LA «CULTURA ECOLÓGICA»
EN TRES PRINCIPIOS Y CUATRO REGLAS
La cultura ecológica propuesta en Laudato si’ se puede caracterizar por tres principios fundantes: todo está relacionado, todo está dado, todo es frágil. Pero, esos tres principios se pueden aprehender mejor poniéndolos en resonancia con las cuatro reglas que el papa Francisco presenta en la exhortación Evangelii Gaudium: la realidad es superior a la idea, el todo es superior a las partes, la unidad es superior al conflicto, el tiempo es superior al espacio. Con la ayuda de esos tres principios y de esas cuatro reglas, esbozaremos los fundamentos y los contornos de esta nueva cultura a construir entorno a «la ecología integral».
Los tres principios que fundan la «cultura ecológica»
El primer principio está formulado con la expresión que vuelve constantemente en la encíclica: todo está relacionado. Existe un enlace estructural entre la relación a la tierra, la relación a uno mismo, la relación al otro y la relación a Dios. Del hecho que todo está relacionado, la dimensión relacional aparece como central. El medio ambiente está, el mismo, definido como una relación:
Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. (LS 139)[2]
Esta interpenetración entre la naturaleza y lo humano supone un destino común entre todos los seres vivientes, y también, entre lo humano, los vegetales y los animales. Pero este lazo no es instrumental. La prioridad dado a lo humano condujo a creer que la tierra tenía únicamente por función la de estar a servicio de las necesidades humanas. El papa recuerda sin embargo, que la naturaleza tiene una existencia y una finalidad propias en el conjunto de la creación. Y llama al ser humano no solamente a «respetar» la naturaleza, sino y sobretodo a ponerse «en comunión» con todos los seres vivos. (LS 220).
Entre las diferentes relaciones que la encíclica pone en evidencia, hay una particularmente destacada: la que existe entre la pobreza humana y la pobreza de la tierra. La cuestión ecológica y la cuestión social no pueden ser separadas como problemas independientes.
Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.
El segundo principio de esta nueva cultura esta fundado sobre la idea que todo está dado, es decir que la tierra sobre la que habitamos, así como todos sus frutos, constituyen un don que recibimos gratuitamente. Este don está puesto en relación con uno de los grandes principios del Pensamiento Social de la Iglesia: el destino universal de los bienes, recordando que este principio se impone sobre el derecho de propiedad. La tierra no nos pertenece, la hemos recibido para conservarla y hacerla fructificar. La tierra con todos sus bienes es un don de Dios que debe beneficiar al conjunto de los humanos no solamente a aquellos que son capaces de apropiársela: «La tierra nos precede y nos ha sido dada» (LS 67).
El reconocimiento de este don debe conducir ante todo a una actitud de «gratitud y gratuidad» (LS 220). Es así que el himno de san Francisco de Asis – que, por otra parte, ha dado nombre a la encíclica – está inscripto en el cuerpo del texto como invitación a alabar a Dios por este don recibido (LS 87). Igualmente las dos plegarias que cierran el documento se inscriben también en esa actitud de gratitud y alabanza.
Finalmente, el tercer principio fundante de la cultura ecológica puede ser formulado por la expresión: todo es frágil. El papa recuerda permanentemente la fragilidad de la creación: la de la vida humana y la de la naturaleza. Y esta fragilidad no es solamente un llamado a la protección, solicita sobretodo la creatividad humana para marcar «un nuevo comienzo».
Es así que «los gemidos del nacimiento» evocados al comienzo del texto hacen eco con la referencia a la Carta de la Tierra que el papa retoma textualmente al fin de su documento:
«Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia, la paz por la alegre celebración de la vida[3]»
No hay nuevo comienzo sin fragilidad, no hay creación posible en la plenitud, no hay vida nueva sin travesía de la muerte. La fragilidad aparece así como una fuente de vida. Es así que este grito desgarrador que emerge viendo la tierra destruida y al ser humano denigrado, se convierte en una invitación a crear más que a reparar.
Se puede entonces decir que estos tres principios – todo está relacionado, todo está dado y todo es frágil – entorno a los cuales está estructurada la encíclica Laudato si’, constituyen los fundamentos de la nueva cultura ecológica. La relación más que el éxito individual, la gratuidad más que el intercambio mercantil y la fragilidad más que la solidez, se vuelven los pilares entorno a los cuales se teje el vivir juntos. No se trata de remplazar un principio por otro sino de invertir el orden de prioridad y pasar de una lógica de oposición a una lógica de complementariedad: de pensar el éxito personal como aquel que ante todo genera una relación, de concebir el intercambio mercantil como aquel que vuelve posible la gratuidad, de encarar una solidez que se construye gracias a y no contra la fragilidad. Se mide así en qué medida la ecología integral conlleva una verdadera «revolución cultural», puesto que invierte y articula las lógicas que ordenan nuestra vidas individuales y colectivas.
Las cuatro reglas que regulan la «cultura ecológica»
Con la finalidad de favorecer la aparición de esta nueva cultura ecológica fundada en los tres principios que se acaban de evocar, se pueden movilizar las cuatro reglas que el papa ha presentado en la exhortación Evangelii Gaudium (EG). Estas reglas son retomadas separadamente tanto en la encíclica Laudato si’ como en otros escritos y mensajes del papa. Entonces de puede decir es estas reglas estructuran de una cierta manera el pensamiento del papa, y nos permiten comprender mejor el alcance y el reto de la conversión ecológica propuesta.
Las cuatro reglas están introducidas por una imagen que puede ser puesta en resonancia con la figura de la «casa común» propuesta por Laudato si’ . Se trata de la imagen de un poliedro, que el papa diferencia de la esfera. En la esfera, las partes han desaparecido, se han fusionado, mientras que en poliedro, cada parte guarda su singularidad, y en conjunto componen una totalidad. En la esfera, cada punto está equidistante del centro: la armonización se vuelve uniformización. Mientras que en el poliedro, cada punto ocupa un lugar único y diferente. Una casa común bajo la forma de un poliedro sería una casa donde las diferencia no están borradas como en la esfera, sino que están puestas en diálogo. El conjunto no es el resultado de la fusión, sino de una puesta en relación de las singularidades de cada parte. El poliedro brinda así una forma visual a la lógica «dialógica» que debería caracterizar la cultura ecológica.
Esta imagen está inmediatamente completada por la propuesta de cuatro reglas (EG capítulo 4):
- la realidad es más importante que la idea;
- el todo es superior a la parte;
- la unidad prevalece sobre el conflicto;
- el tiempo es superior al espacio.
Estas reglas permiten precisar y ampliar los principios que fundan la cultura ecológica. La primera propone una postura general y las tres siguiente pueden ser asociadas respectivamente a cada uno de los principios evocados.
· La realidad es más importante que la idea
La exhortación Evangelii Gaudium especifica así la significación de esta regla:
- Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.
Según esta regla, la realidad no es un estado bruto a corregir, sino un lugar de revelación. La idea, así que la norma, no pueden jamas rendir cuenta, de manera integral a la complejidad y la diversidad de la realidad. Entonces, esta regla dice también algo sobre la manera de ubicarse frente a la idea o frente al conocimiento en general. Alerta contra la reducción ineludible de la realidad a la idea e invita a una confrontación y reformulación permanente de la idea de cara a la realidad.
Por este hecho, esta regla nos invita a situarnos frente a la crisis ecológica, como siendo un espacio de revelación más que un problema a resolver: un lugar que revela algo nuevo relativo al sentido de la vida, un lugar que desplaza nuestro imaginario de la buena vida, un lugar que manifiesta una nueva forma de presencia de Dios en la historia. Es en este sentido que la ecología puede volverse la base de la construcción de una nueva cultura.
· El todo es superior a la parte
Esta regla podría se muy mal interpretada haciendo creer que postula una predominancia de lo colectivo sobre lo individual. Pero no es el significado dado por la exhortación:
Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. (EG 235)
El todo es superior a la parte puesto que no se puede reducir a la suma de las partes: el todo no es únicamente una cuestión de número, sino sobretodo es una cuestión de relación. Es lo que enlaza las partes que hacen al todo. De este hecho, hay una relación de interdependencia entre el todo y las partes: la parte compone el todo y el todo alimenta cada parte. Hay así una interdependencia estructural entre lo individual y lo colectivo, entre lo local y lo global, entre lo micro y lo macro. Esta interdependencia se traduce por una doble actitud a mantener: lo particular debe siempre ser puesto en perspectiva del todo y la totalidad debe estar enraizada en cada situación particular.
Esta regla puede ser asociada al primer principio derivado de Laudato si’: todo está relacionado. La «casa común» no es solamente un espacio de reunión, sobretodo es un lugar de puesta en común. El diálogo al cual el papa invita de manera recurrente en la encíclica constituye la clave de esta puesta en contacto. La interdependencia entre el todo y las partes toma forma en el seno de la Creación no solamente en relación a la comunidad humana sino hacia todos los seres vivos. La encíclica invita así a ponerse «en comunión» con todos los seres vivos. Esta comunión significa entonces que cada ser, humano y natural debe ser puesto en la perspectiva de la Creación en su conjunto, pero también que la Creación se debe enraizar en cada situación particular.
· La unidad es superior al conflicto
Esta regla puede parecer en su formulación, bastante banal. Sin embargo, supone una concepción de la unidad que no es para nada banal, puesto que está fundada en la «comunión» de las diferencias y no en su supresión:
- De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. Por eso hace falta postular un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida.
- El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis.
Esta regla correponde bien a la imagen del poliedro indicada anteriormente: la unidad no borra las particularidades de cada componente, más bien las pone en «comunión», es decir en diálogo. La explicación de esta regla agrega referencias interesantes para pensar esta puesta en comunión. Propone el concepto de «amistad social», dando así idea a una sociedad representada no por la uniformidad, sino por la calidad de sus relaciones, consideradas como relaciones de amistad. La unidad aparece así como una «realidad multiforme» donde las tensiones engendran algo de común y nuevo. Enfin, la unidad encarada está signada por la «paz», considerada no como un simple compromiso, sino más bien como la construcción de una «síntesis nueva y prometedora».
Esta regla sobre la unidad se puede poner en relación con el segundo principio identificado a partir de la encíclica Laudato si’: todo está dado. Ya que la experiencia del don vuelve posible la desapropiación necesaria para construir la unidad propuesta. La unidad construida a partir de las propiedades individuales se vuelven un simple compromiso. Es el caso por ejemplo de las «copropiedades» : cada copropietario intenta ante todo defender su propiedad individual. La unidad construida a partir de lo que nos ha sido dado deviene comunión. La cultura ecológica que Laudato si’ nos invita a construir remite a ese tipo de unidad que toma forma a partir del don recibido.
· El tiempo es superior al espacio
Finalmente, una última regla cuya formulación puede parecer un poco enigmática, poniendo en relación el tiempo con el espacio. El significado dado en Evangelii Gaudium permite aproximarla al tercer y último pilar identificado en Laudato si’: todo es frágil.
Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse deiniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad.
Decir que el tiempo es superior al espacio se vuelve así una invitación a «iniciar procesos más que poseer espacios». Esta invitación se traduce entonces por una serie de desplazamientos a vivir. Se trata, primeramente, de desplazar la prioridad dada al corto plazo y al resultado inmediato hacia el largo plazo y el resultado duradero. Se trata, igualmente, de desplazar la búsqueda de una previsión perfecta y absoluta del futuro hacia la recepción de lo inesperado. Se trata, finalmente, de desplazar las ganas de poseer para mejor dominar y controlar, desplazar esas ganas hacia la puesta en movimiento y la apertura de procesos que serán continuados por otras personas o grupos.
En este sentido, el tiempo superior al espacio puede ser asociado con la aproximación positiva a la fragilidad revelada en Laudato si’. Privilegiar el tiempo sobre el espacio supone, en efecto, una cierta fragilidad: la de perder el control total sobre lo que se produce, la de desapropiarse del resultado de la acción realizada, la de aceptar un resultado diferente a aquel que estaba esperado. Sin embargo, es únicamente esta fragilidad la que da lugar a la emergencia de lo radicalmente nuevo. En tanto que se está en la lógica del dominio y del control absoluto, se permanece en la repetición de lo que ya está conocido. La creación no tiene lugar en la plenitud y la perfección, toma forma únicamente cuando se deja un cierto espacio al vacío. La cultura ecológica no brinda soluciones todas hechas y maneras de actuar preconcebidas que simplemente solo falta ponerlas en práctica. Por el contrario, se trata de una cultura en construcción permanente, que permite iniciar procesos hacia nuevos posibles.
Tres principios y cuatro reglas para esbozar esta nueva cultura ecológica a construir. A partir de la relación, la gratuidad y la fragilidad, se concibe de una manera diferente la realidad, el colectivo, la unidad y el tiempo. Esta cultura definida por la interdependencia, más que por la autosuficiencia, por la diversidad más que por la uniformidad, por el movimiento más que por la estabilidad desplaza bien evidentemente nuestras maneras de «hacer» pero sobre todo y ante todo nuestra razón «de ser».
La «cultura ecológica» como un nuevo imaginario del buen vivir
Si la conversión ecológica puede ser fuente de una nueva cultura, ante todo debe desplazar el imaginario dominante sobre lo que constituye el buen vivir. Toda cultura está marcada por sus maneras de hacer (hablar, comer, habitar, trabajar y distraerse, etc.) pero también y sobre todo por una manera de ser y de devenir, es decir una cierta visión de lo que da sentido a la vida y permite mejorarla.
En nuestras sociedades occidentales marcadas por la modernidad, se pueden identificar tres características asociadas a su imaginario del buen vivir: la autonomía, la prosperidad y la seguridad.
Primeramente, la autonomía individual, conquista mayor de la modernidad, permite liberarse de los modelos en los cuales el individuo está siempre bajo el control de la comunidad a la cual pertenece: la familia, el pueblo, el país, bajo la impronta del padre, del señor o del rey. La imagen por excelencia de la autonomía individual es el auto: es signo de éxito y de libertad.
A continuación, la prosperidad asociada a la idea de crecimiento y evaluada por el aumento de la riqueza material y monetaria. El desarrollo encarado es entonces de orden exclusivamente cuantitativo y lineal. La vida común se construye en torno a este ideal de prosperidad compartida, de bienestar para todos, que por otro lado se creía que podía aumentar al infinito. Sin necesidad de concertación, un mismo ideal agrupaba a los individuos y los encaminaba en la misma dirección. La impresionante reconstrucción de la postguerra es la consecuencia práctica de este sueño común.
Finalmente, la seguridad de un futuro sin riesgos, de un bienestar siempre creciente pero siempre igual al modelo de origen. El riesgo cero, la previsión perfecta, la planificación hasta los últimos días, caracterizan el futuro esperado. Se protege al máximo de los riesgos eventuales: seguro de salud, seguro de incendio, seguro ante robos … Esta obsesión para asegurar el futuro da a veces la ilusión de ser eterno.
La cultura ecológica desplaza este imaginario de la buena vida: la autonomía, la prosperidad y la seguridad adquieren un nuevo significado. Se presenta a menudo la crisis ecológica como un límite y una restricción al ideal de la buena vida. Pero el límite impuesto por la crisis ecológica no es solamente una rebaja del nivel de vida a esperar. Este límite es una oportunidad para hacer emerger otro ideal de vida buena. Un ideal que sería caracterizado por la interdependencia, la gratuidad y lo inesperado.
· La autonomía: pasar de la independencia a la interdependencia
El principio de que «todo está ligado» asociado a la regla que indica que el todo es superior a las partes, invita a rever la noción de autonomía. Pensada a menudo como independencia y autosuficiencia hace desaparecer la dimensión relacional de la vida. Por el contrario, la cultura ecológica remite la relación al centro de la vida y de aquello que hace vivir. Esta valorización de la relación no supone el abandono del ideal de autonomía, sino más bien su redefinición. Lo que brinda autonomía no es la independencia – el hecho de no depender de nadie – sino la interdependencia, es decir tener siempre algo que dar y algo que recibir del otro.
· La prosperidad: pasar de la propiedad a la gratuidad
El principio de que «todo es dado» conduce a interrogar uno de los grandes fundamentos de nuestras sociedades modernas, el derecho a la propiedad. La mejora de la calidad de vida está siempre asociado al hecho de volverse propietario: de su casa principal, de una casa secundaria, de su auto… Y por este hecho, la prosperidad compartida supone que cada persona pueda volverse propietaria. Pero hay otra manera de pensar el compartir: a partir de la gratuidad. Compartir se vuelve entonces verdaderamente una puesta en común y no solamente una redistribución de los bienes disponibles.
La prioridad de lo gratuito sobre la propiedad está señalada por la Iglesia desde hace mucho tiempo, notoriamente a través del principio del «destino común de los bienes» considerado superior al derecho de propiedad. Entonces Laudato Si’ nos invita a volver a este principio mayor del pensamiento social de la Iglesia y a hacer la de gratuidad un nuevo imaginario de la buena vida. Situarse frente a los bienes no como potenciales propietarios sino como beneficiarios de un don a compartir desplaza la manera de concebir lo común: es menos el resultado de una desapropiación que el de una verdadera comunión. Los bienes no nos pertenecen, nos han sido dados para construir la casa común. Si la apropiación conduce muy rápido al conflicto, la gratuidad vuelve posible la unión.
Se reencuentra así la regla que define la unidad como superior al conflicto, asociada al principio que de que «todo está dado»
· La seguridad: pasar del dominio a lo inesperado
El principio de que «todo es frágil» que permite comprender la superioridad del tiempo sobre el espacio, invita a interrogar sobre lo que se entiende por seguridad. Muy rápidamente asociada al dominio y al control para reducir al máximo lo imprevisto, la seguridad adquiere en Laudato Si’ otro significado. Del hecho que la fragilidad no es percibida como una amenaza sino como la promesa de lo nuevo posible, la seguridad consistiría más bien a crear las condiciones para acoger lo inesperado. No se sitúa más del lado del dominio y del control, sino más bien desde el des-dominio y el soltar prenda que permite a lo radicalmente nuevo de emerger.
Por este hecho, el imaginario ligado a la seguridad se desplaza: no está percibido como protección de lo adquirido sino más bien como protección de la capacidad creadora de los seres vivos. Y si la creación no es concebida como fabricación sino como generación de algo que no está conocido por adelantado[4], la seguridad toma entonces la forma de una apuesta que domina el futuro.
Un nuevo imaginario de vida nueva comienza así a emerger. Un imaginario donde la autonomía esta concebida como interdependencia más bien que independencia, un imaginario donde la prosperidad está asociada a la gratuidad y a la capacidad de comunión más que a la propiedad, un imaginario donde lo que está por venir es promesa de novedad radical y desconocida más que seguridad de lo adquirido. Una vez esbozado este nuevo imaginario, se entonces ver que forma concreta puede tomar al interior de una nueva cultura.
La «cultura ecológica»
como una nueva manera de vivir juntos
Para dar un contenido concreto a esta nueva cultura ecológica a crear, identificamos ya de las semillas de este nuevo posible[5], que presentamos a través tres nuevos imaginarios formulados a continuación.
· La autonomía como interdependencia
La autonomía pensada como interdependencia nos invita a interrogarnos sobre nuestras elecciones de consumo y ahorro. ¿Es que lo hacemos únicamente en función de nuestra satisfacción e interés individual o tomamos en cuenta el impacto de nuestras elecciones sobre los otros seres vivos? Hoy, los productos bio, así que el comercio justo y las finanzas solidarias nos dan la posibilidad de hacer las elecciones de consumo y ahorro que tienen un impacto positivo tanto sobre la naturaleza como sobre el otro. No se trata de renunciar a la satisfacción individual para privilegiar lo colectivo, sino, por el contrario, se trata de integrar y articular el interés de los otros seres vivos con mi interés individual. Esta cuestión se puede también plantear a nivel macroeconómico, interrogando la manera de organizar los intercambios mercantiles. En el mercado clásico, se toma siempre como hipótesis de partida la oposición del interés entre el consumidor y el productor, es decir entre la demanda y la oferta. Pasar de la independencia a la interdependencia supone pensar el mercado en términos de «co-producción»: el consumidor integra en su elección el interés del productor, y el productor integra en el suyo el interés del consumidor. Del interés individual, se pasa al interés mutuo o compartido. Así hace falta pensar de otra manera la lógica mercantil. Entonces, este cambio de lógica supone igualmente un cambio en los criterios de evaluación de la actividad económica. Se trata de evaluar la actividad no solamente en función de la ganancia generada, sino también por su relación a la «utilidad social y ambiental», es decir su impacto sobre la sociedad, su capacidad de crear un lazo social, y su huella ecológica.
Estos desplazamientos a nivel de las elecciones individuales y al nivel de la organización y de la evaluación de la actividad económica prefiguran otra concepción del progreso, como nos invita Laudato si’: un progreso que no está considerado solamente en función de la maximización del interés individual sino también de los otros y con la naturaleza. Un modelo de progreso donde la riqueza no es únicamente de orden material o financiera, sino igualmente y sobre todo de orden relacional.
· La prosperidad como gratuidad
Imaginar el buen vivir, en términos de gratuidad, más que de propiedad, invita a pensar en nuevas maneras de construir lo colectivo.
Y es justamente la naturaleza la que nos puede enseñar a hacerlo, inspirándonos de la relación simbiótica que la caracteriza. Cuando se observa la naturaleza, se ve una fuerte interdependencia entre vegetales y animales, marcada por un ciclo de vida que hace que los desechos de unos se vuelven los recursos para los otros. La naturaleza nos invita, así, a inscribirnos igualmente en este ciclo simbiótico y a salir de lo que el papa denomina la «cultura del deshecho». Vivir en simbiosis supone clasificar los desechos para que puedan ser reciclados, pero también consumir nuestros bienes hasta el final de su vida útil más que cambiarlos cuando la moda cambia. Entonces, la simbiosis supone igualmente flexibilizar uno de los fundamentos de nuestras sociedades modernas: la propiedad individual. Puesto que la simbiosis nos lleva a mutualizar la utilización de los bienes. Lo que hoy se denomina «la economía de la funcionalidad» traduce justamente esta relación hacia los bienes que privilegia su uso y por lo tanto su función, mas que el hecho de apropiárselos. Un ejemplo típico de este tipo de economía son las bicicletas públicas que existen hoy en día en un gran número de ciudades, permitiendo una misma bicicleta sea utilizada por diferentes personas en el mismo territorio. Esta simbiosis a nivel de los bienes supone entonces una simbiosis, también, a nivel de las relaciones entre los humanos: el hecho de reciclar, de mutualizar, implica situarse frente al otro en complementariedad más que rivalidad o en competencia. Esta complementariedad se encuentra igualmente en el modelo de la economía circular: los desechos de una industria se vuelven la materia prima para otra. Pero este tipo de economía supone también pensar diferentemente la producción concibiéndola en productos que optimizan su utilización, aumentando la duración de su vida, facilitando el mantenimiento y la reparación, permitiendo la reutilización de las piezas aisladas, utilizando materiales reciclados. Es lo que se llama la «eco-concepción».
Esta simbiosis a nivel técnico puede producir una simbiosis a nivel humano y social llevando a las empresas en un mismo territorio a colaborar más que a rivalizar. Igualmente invita a desarrollar nuevas formas de colaboración entre los diferentes actores sociales. La simbiosis material puede volverse así una fuente de «amistad social».
· La seguridad como recepción de lo inesperado
Una manera concreta de pasar de dominio a la recepción de lo inesperado es la mutualización. Diversas formas de compartir y de puesta en común se desarrollan hoy. Por ejemplo, el alquiler de herramientas de bricolaje permite que una misma herramienta sea utilizada por diferentes personas. El auto compartido permite que un mismo auto sea utilizado por muchas personas. El coworking permite que un mismo espacio sea utilizado por diferentes emprendedores. El crowdfounding permite compartir los recursos financieros entorno a proyecto comunes. Estas prácticas se multiplican de más en más: permiten una utilización más racional de los bienes, pero además inventan nuevas modalidades de puesta en común.
Por este hecho, la mutualización aparece no solamente como una manera de consumir a menor costo, sino también como una experiencia nueva en términos de relación a los bienes, de relación con el otro y de relación con lo colectivo. Una relación con los bienes más libre por el hecho que se utilizan bienes de los cuales no se es propietario. Una relación con el otro marcada por el proyecto común más que por la suma de competencias individuales o de adquisiciones personales. De alguna manera es la experiencia evocada por el papa en relación con la sobriedad: «lo más de lo menos».
Elegir la utilización común de los bienes más que la utilización individual supone, en efecto, cierto desprendimiento sobre el bien. Se pierde el control exclusivo, pero por este hecho se abre a nuevas relaciones así que al descubrimiento de otras formas de gestión. La puesta en común de los bienes o compartir su utilización, como como iniciar un proceso del cual no se conoce la salida pues concierne a un colectivo más que al dominio de cada individuo que participa. El tiempo está así privilegiado en relación con el espacio.
Laudato si’ invita a crear una nueva cultura fundada en el valor relacional de la vida. A través de los tres que principios que estructuran la encíclica, puestos en resonancia con las cuatro reglas propuestas en Evangelii Gaudium, se ve dibujar un nuevo imaginario del buen vivir que comienza a tomar forma a través de las múltiples iniciativas que nos hablan de la autonomía como interdependencia, de la prosperidad como comunión y de la seguridad como recepción de los inesperado. Una nueva relación con el otro, con los bienes y con el porvenir caracteriza esta nueva cultura. A nosotros de hacerla vivir y de desplegarla.
ELENA LASIDA
Profesora en el Institut catholique de Paris
[1] Por ello se podría relacionar con lo que Christoph Theobald llama un «estilo de comunicación» para identificar la presencia de los cristianos en el mundo (ver Christoph THEOBALD, «C’est aujourd’hui le moment favorable» en Philippe BACQ y Christoph THEOBALD (dir.), Une nouvelle chance pour l’Évangile. Vers une pastoral de l’engendrement, Lumen vitae, Novalis, Éd. de l’Atelier, 2004, p. 47-72), así que con «la identidad dialógica» evocada por Alain THOMASSET, «Identité morale», Dictionnaire encyclopédique d’éthique chrétienne, Éd. du Cerf, coll. «Dictionnaires», 2013, p. 1107-1115).
[2] Las citas de Laudato Si’ y de Evangelii Gaudium están tomadas del sitio web del Vaticano: www.vatican.va/content/vatican/es.html. [nota del traductor]
[3] Carta de la Tierra, La Haya (29 junio 2000). [nota del traductor]
[4] Ver Hannah ARENDT, Condition de l’homme modern [1958], Ed. Calman-Lévy, collección «Agora», 1995.
[5] Para una presentación general de las nuevas prácticas de emergencia, ver especialmente Bernard PERRET, Au-delà del mercado: las nuevas vías de desmercantilización, Institut Veblen, Éd. Les petits matins, col. «Politiques de la transition», 2015.