¿Un ensordecedor silencio? Álvaro Arroyo

Dr. Álvaro Arroyo

Ex funcionario de UNICEF.

Trabajó en Ucrania entre abril y octubre de este año.

El 24 de febrero de este año y pese a haber negado sus intenciones en reiteradas oportunidades, la Federación Rusa invadió Ucrania para, según su propia versión, proteger a la población rusa del Donbas y “liberar y desnazificar” el país. Ucrania, país independiente y democrático desde 1991, debió afrontar un ataque militar de una “superpotencia” que se jactaba de contar en el ejército más poderoso del mundo. Rusia, con un régimen autoritario que ha mutilado las libertades y los derechos humanos de sus propios ciudadanos, violaba además uno de los principios más sagrados del orden internacional que salvaguarda la integridad territorial de todos los países.

 

El resultado ha sido ha sido una guerra que ya dura más de 9 meses y un drama humanitario de enormes proporciones. La inquebrantable determinación del pueblo ucraniano de luchar por su soberanía, el rechazo tajante a los planes de Putin y el apoyo de Occidente cambiaron los planes de la Federación Rusa. Todo salió mal para Putin. En Ucrania no lo recibieron con flores y Occidente se unió rápida y decididamente para prestar ayuda humanitaria y militar a Ucrania. Aun con dificultades puso en práctica un bloqueo casi global a Rusia y neutralizó parcialmente una de sus principales armas: la supresión del suministro de gas a Europa.

 

La guerra provocó desde el comienzo una crisis migratoria masiva con millones de refugiados, la mayoría niños y mujeres. Dentro de Ucrania decenas de ciudades y pueblos fueron arrasados por los ataques rusos y cientos de miles perdieron sus hogares y su trabajo. Y miles murieron o resultaron heridos. La destrucción no perdonó nada: hospitales (que suelen ser respetados en todos los conflictos bélicos), escuelas guarderías, centros sociales, todo fue bombardeado. Con el transcurrir del tiempo y al liberarse territorios ocupados por los invasores, se puso al descubierto la existencia de verdaderos crímenes de guerra cometidos por las tropas de ocupación. Y para completar el cuadro, en las últimas semanas Rusia lleva adelante un sistemático ataque a la infraestructura energética de Ucrania cuyo único propósito es someter a la población a la falta de energía y agua cuando se avecina el invierno con temperaturas imposibles se soportar en esas condiciones.

 

Pero, además, dadas sus características, el conflicto no se limitó al enfrentamiento en suelo ucraniano y rápidamente se convirtió en un conflicto global en el que se involucraron muchos países. Se hizo presente en las discusiones en casi todos los foros internacionales, en los más altos niveles de la ONU, se tomaron decisiones que llevaron a un amplio bloqueo económico y comercial a Rusia. Esto provocó un gran impacto en la economía global afectando el mercado energético prácticamente en todo el mundo.

 

En medio, las amenazas de un inminente accidente nuclear provocado por el ataque a una planta ucraniana o directamente la posibilidad de una guerra nuclear. Es decir, una guerra en Europa y la permanente posibilidad de escalar a un conflicto global que incluyera el uso de armas nucleares, una crisis energética global con graves consecuencias económicas, una crisis alimentaria que amenaza sobre todo a los países más débiles, un rápido desarreglo de las relaciones políticas entre las principales potencias del mundo que puso en movimiento la discusión sobre dichas relaciones y la posibilidad de cambios profundos en el futuro.

 

Si nos preguntamos sobre las repercusiones en Uruguay, la respuesta es bastante desconcertante. Luego del esperable impacto al comienzo del conflicto y algunas muy tímidas reacciones de solidaridad con Ucrania, vino el silencio. En la prensa, en las redes, en la academia. Muy escasas (y por días ausencia completa) de noticias y prácticamente ningún debate o instancia de análisis de la situación en el mundo que mostrara interés o preocupación. ¿De que nos estamos perdiendo los uruguayos? ¿Es irrelevante lo que pasa en el mundo? ¿Es porque es “lejos” (noción más que relativa hoy en día y en particular en relación con este conflicto)? ¿Sentimos que nada de lo que ocurra nos afectará? ¿La violación de los derechos humanos y más aún la existencia de atroces crímenes de guerra no nos afecta? ¿No tenemos nada que decir?

Mas allá de la esperable solidaridad y ayuda al pueblo de Ucrania quien está directamente sufriendo las consecuencias de este “desarreglo global”, resulta desconcertante la “timidez” de las condenas a la invasión, a la violación del derecho internacional por parte de una superpotencia, a la violación de los derechos humanos en Rusia y a los crímenes de guerra.

 

Y más allá de las manifestaciones y pronunciamientos respecto de lo que está pasando es preocupante la ausencia de interés o inquietud. ¿Cómo se explica la sensación de ajenidad que se ha generalizado? ¿Es producto del “localismo” o una manifestación más de este fenómeno que vivimos hoy en día caracterizado por la rápida desensibilización ante lo que ocurre una vez que ya “no es noticia”?

En cualquier caso, esta situación justifica llevar una reflexión al respecto.